Selección concurso Voces con Vida | Grupo Editorial BENMA | México | Agosto 2012 | Publicado.
Por no entender este tipo de cosas repetí el año. Repetí de grado. El resto entiende todo. Nada les preocupa. Y por eso pasan de grado. Yo no. Por eso repito.
- Papá, ¿no entendés que no entiendo? ¿dónde está esa hora? ¡Nos estamos salteando una hora!
- No, no es que nos estamos salteando una hora, es que anoche hubo que adelantar los relojes una hora para ahorrar más energía ¿no entendés? ¡Es duro, este!- agregaba mi papá dirigiéndose a la tia Popa. Bueno a “su” tía Popa. Porque no era “mi” tía, sino “su” tía. Pero todos teníamos que decirles “tía” como si fuera la tía de todos. Eso tampoco lo entiendo pero todos lo entienden y lo hacen.
- Pero papá, si ayer eran las doce de la noche, y en ese momento todos ustedes pusieron el reloj a la una, entonces lo que pasó entre las doce y la una... ¡¿no pasó?!
- Pero es que entre las doce y la una no pasó nada, se cambió la hora y listo, es un cambio de hora, nada más, para ahorrar luz.
Mientras me decía eso, mi papá le agregaba por lo bajo a Popa: “Ves? Es duro, por eso reptió de grado, porque no entiende nada, es re duro- repetía.
Y así llegué a ese fin de año tan terrible. Tan pesado. En el que todos festejaban algo y yo me sentía tan mal con esa noticia. Había cursado los recuperatorios y todos estaban mal, y la maestra le había dicho a mi mamá que no insistiéramos más, que no valía la pena volver a hacerlos otra vez en marzo porque no tenía sentido, lo mejor sería que repitiera el año, para que realmente aprendiera mejor, entendiera los temas. Repetir el año.
Mientras se acercaba la hora del brindis, el único placer que sentía era el de pasarme la lengua por el agujerito del diente que se me acababa de caer hacía tres días. Mi único orgullo, mi única alegría.
Y llegaron las doce y levantamos los vasos, y ocurrió lo que temía. Me di cuenta poco a poco, cuando bajé la cabeza después de que todos nos quedamos un rato largo mirando los fuegos artificiales en el cielo del gran patio de mi tía (sí, “mi” tia, la tía Lore, mi verdadera tía).
Decía que cuando bajé la cabeza, ahí empecé a darme cuenta de que algo raro pasaba. Todos estábamos vestidos de otra manera. O casi todos. Popa no, Popa estaba vestida igual, pero todos los demás estábamos distintos. Yo tenía puesta la misma remera que había estrenado el año anterior. Y el resto no tenía puesta la misma ropa que antes de mirar los fuegos artificiales. Mi otra tía, Berenice, tenía el pelo rubio otra vez. No colorado, como antes de brindar. Rubio ¿cómo el año pasado? No me acordaba como tenía el pelo en la fiesta del 2004, pero empecé a sospechar que seguramente en la fiesta del año nuevo 2004 era rubia. Empecé a sospechar que eso era lo que estaba ocurriendo. Estaba
repitiendo el año. Empezaba otra vez el 2004. No lo podía creer, me aterraba aceptarlo, pero más me aterraba decírselo a alguien y que nadie me creyera a mí. Aunque lo noté también porque nadie me miraba con tanta desconfianza como hacía un ratito nada más, cuando estaba terminando el 2004 antes de que empiece de vuelta.
Y claro, cómo no me iban a mirar con buena cara, con sonrisas, si cuando empecé el 2004 todo estaba bien: primer grado no había sido un problema y había pasado sin ninguna amenaza de repetir el año. Después, en cambio, siguió segundo grado con esa maestra horrible, todos esos líos, y todas esas cosas que no entendía. Tendría que repetir el año otra vez.
Lo comprobé y lo confirmé, totalmente aterrado, cuando como un reflejo intenté volver a tocarme el agujerito del diente con la lengua y ya no pude: el diente estaba allí, como si nunca se hubiera caído. Miré para todos lados, a ver si alguien me miraba, pero no, las tías (ahora todas) servían ensalada de frutas en ensaladeras.
Me dispuse a repetir el año con mejor suerte. Miré de nuevo mi remera, esa que estrenaba por segunda vez porque me lo merecía. Disimuladamente me acerqué la manga a la nariz para sentirle el olor a nueva. Realmente estaba nueva otra vez. Miré a todos, para ver si alguien notaba lo mismo que yo, pero nadie se dio cuenta.
Por no entender este tipo de cosas repetí el año. Repetí de grado. El resto entiende todo. Nada les preocupa. Y por eso pasan de grado. Yo no. Por eso repito.
- Papá, ¿no entendés que no entiendo? ¿dónde está esa hora? ¡Nos estamos salteando una hora!
- No, no es que nos estamos salteando una hora, es que anoche hubo que adelantar los relojes una hora para ahorrar más energía ¿no entendés? ¡Es duro, este!- agregaba mi papá dirigiéndose a la tia Popa. Bueno a “su” tía Popa. Porque no era “mi” tía, sino “su” tía. Pero todos teníamos que decirles “tía” como si fuera la tía de todos. Eso tampoco lo entiendo pero todos lo entienden y lo hacen.
- Pero papá, si ayer eran las doce de la noche, y en ese momento todos ustedes pusieron el reloj a la una, entonces lo que pasó entre las doce y la una... ¡¿no pasó?!
- Pero es que entre las doce y la una no pasó nada, se cambió la hora y listo, es un cambio de hora, nada más, para ahorrar luz.
Mientras me decía eso, mi papá le agregaba por lo bajo a Popa: “Ves? Es duro, por eso reptió de grado, porque no entiende nada, es re duro- repetía.
Y así llegué a ese fin de año tan terrible. Tan pesado. En el que todos festejaban algo y yo me sentía tan mal con esa noticia. Había cursado los recuperatorios y todos estaban mal, y la maestra le había dicho a mi mamá que no insistiéramos más, que no valía la pena volver a hacerlos otra vez en marzo porque no tenía sentido, lo mejor sería que repitiera el año, para que realmente aprendiera mejor, entendiera los temas. Repetir el año.
Mientras se acercaba la hora del brindis, el único placer que sentía era el de pasarme la lengua por el agujerito del diente que se me acababa de caer hacía tres días. Mi único orgullo, mi única alegría.
Y llegaron las doce y levantamos los vasos, y ocurrió lo que temía. Me di cuenta poco a poco, cuando bajé la cabeza después de que todos nos quedamos un rato largo mirando los fuegos artificiales en el cielo del gran patio de mi tía (sí, “mi” tia, la tía Lore, mi verdadera tía).
Decía que cuando bajé la cabeza, ahí empecé a darme cuenta de que algo raro pasaba. Todos estábamos vestidos de otra manera. O casi todos. Popa no, Popa estaba vestida igual, pero todos los demás estábamos distintos. Yo tenía puesta la misma remera que había estrenado el año anterior. Y el resto no tenía puesta la misma ropa que antes de mirar los fuegos artificiales. Mi otra tía, Berenice, tenía el pelo rubio otra vez. No colorado, como antes de brindar. Rubio ¿cómo el año pasado? No me acordaba como tenía el pelo en la fiesta del 2004, pero empecé a sospechar que seguramente en la fiesta del año nuevo 2004 era rubia. Empecé a sospechar que eso era lo que estaba ocurriendo. Estaba
repitiendo el año. Empezaba otra vez el 2004. No lo podía creer, me aterraba aceptarlo, pero más me aterraba decírselo a alguien y que nadie me creyera a mí. Aunque lo noté también porque nadie me miraba con tanta desconfianza como hacía un ratito nada más, cuando estaba terminando el 2004 antes de que empiece de vuelta.
Y claro, cómo no me iban a mirar con buena cara, con sonrisas, si cuando empecé el 2004 todo estaba bien: primer grado no había sido un problema y había pasado sin ninguna amenaza de repetir el año. Después, en cambio, siguió segundo grado con esa maestra horrible, todos esos líos, y todas esas cosas que no entendía. Tendría que repetir el año otra vez.
Lo comprobé y lo confirmé, totalmente aterrado, cuando como un reflejo intenté volver a tocarme el agujerito del diente con la lengua y ya no pude: el diente estaba allí, como si nunca se hubiera caído. Miré para todos lados, a ver si alguien me miraba, pero no, las tías (ahora todas) servían ensalada de frutas en ensaladeras.
Me dispuse a repetir el año con mejor suerte. Miré de nuevo mi remera, esa que estrenaba por segunda vez porque me lo merecía. Disimuladamente me acerqué la manga a la nariz para sentirle el olor a nueva. Realmente estaba nueva otra vez. Miré a todos, para ver si alguien notaba lo mismo que yo, pero nadie se dio cuenta.
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