Hoy me encuentro en su despacho, una vez
más, para que me pase unas líneas para
escribir en twitter. “Su”
twitter. Como siempre, llega espléndida e inmaculada, recién bañada. Suena obsceno
decirlo, pero es así: llega recién bañada. Todos los días corre a la mañana,
-me contó-, en la cinta por lo general en invierno, y en el suelo real de la
residencia cuando el tiempo lo permite. Supongo que debe hacerlo rodeada de
médicos, de asesores, de peluqueros. O quizás no. Yo nunca la vi así. Siempre
la veo aquí, en su despacho de la residencia, fresca, después de esa gimnasia y
antes de salir para el helicóptero. También la veo, obviamente, como todos, por
la tele y en los diarios y las revistas que la atacan tanto y no logran nunca
ocultar su belleza innata. Es decir, su actitud de mujer que se sabe o supo
bella: sus modales, su mirada, su sonrisa, sus respuestas.
Inaccesible a todo parece siempre salvo en
este momento que la tengo aquí sentada, al ladito mío, bajita ella en realidad,
algo arrugada aunque quieran disimularlo sus médicos y sus maquilladores.
- ¿Qué hacemos hoy? ¿Qué decimos?- me dice,
sabiendo que es ella la que va a decirme qué decir. Jamás pude (pocas veces lo
intenté, hasta que entendí) decirle qué decir. Solo me limito siempre a mirarla
fijo, con la computadora en la mano, esperando que respire hondo y lance la
primera frase de su boca casi siempre roja.
- El presidente de los Estados Unidos es
buen mozo – lanza. Y me mira, esperando mi reacción.
- ¿Le parece, presidenta?– me animo a
insinuar, aunque trato de hacer notar un sesgo de ironía en mis palabras.
- Bueno, no lo publiques, pero es buen mozo
¿eh? Me lo habían dicho, a mi no me parecía, pero es así.
Entran todos. Parece que estuviera viendo
la tele. Uno me carga, como siempre, porque ya me conoce:
- ¿Y? ¿Ni a Banfield le ganan ustedes? ¿Van
últimos y les meten tres a ustedes?
- No me hablés-, le digo fingiendo una soltura
que no tengo. Suerte que existe el futbol, ese sociabilizador que atraviesa
todas las barreras y permite hablarnos en confianza.
Me levanto y le digo a la presidenta:
- Bueno ¿lo vemos después, no?
- Si, empiezo a laburar – me dice ella, ya enfocada
hacia sus colaboradores que rodean la mesa desbordando de temas para hablar.
Pero antes de despedirme, saludando con un chau con la mano extendida junto a
su cara, me dice:
-Pero veámonos hoy, algo quiero publicar
hoy. Arreglá con los muchachos a qué hora podemos cruzarnos otra vez-. Todos me
miran mientras me dirijo en dirección a la puerta diciendo “okey, bueno, nos
vemos”.
Y a la tarde nos vemos. Es una
inauguración. Justo en mi barrio. Es decir, no donde vivo, sino donde trabajé
durante toda la época que decidí hacer algo en un barrio del Riachuelo, y
decidí hacerlo en el que quedaba más cerca de la casa de mis viejos, la villa
que ellos más criticaban, desbordados de prejuicios y carentes de argumentos.
Nos vamos a encontrar en el interior del “Centro
de Salud Integral” que se inaugura. La espero donde me dijo la encargada de
ceremonial. Se supone que ella sabe que voy a estar allí. Todo está
perfectamente planificado. Me dijeron que a las diecinueve y quince debería
llegar, y a las diecinueve y dieciocho veo entrar la tromba de gente que la
rodea. Lo que no estaba planificado es un minuto a solas para que hablemos de
trabajo la presidenta y yo, para que pueda llevarme unas frases para su
twitter.
Periodistas caminando para atrás,
camarógrafos peleando un lugar, pese a que son pocos aquí, comparado con todos
los que esperan afuera. El intendente del lugar donde se inaugura el centro de salud,
el director del centro de salud, el secretario de salud del municipio, el
ministro de salud de la nación. El candidato que acaba de asumir con su apoyo.
E infinidad de personas más, que por alguna razón muy específica y justificada
tienen el privilegio de estar allí. La presidenta me ve desde lejos a través
del pasillo que la llevará a lo que será la sala de espera del centro de salud,
en la cual estuve sentado hasta este instante, en que me pongo de pie. Me ve y
alza las cejas, como recordando que tiene un trabajo pendiente, como
mostrándome a todos los que la rodean. Iluminada por una luz de televisión
permanente que acompaña a la cámara que está delante de ella, se acercan hasta
mí, ella y las cincuenta personas que la rodean. Todos hablan y recorren las
instalaciones. Ella me toma apenas el brazo justo encima de la muñeca por un
instante, como indicándome que la siga. Llegamos hasta una puerta y todos nos
empujamos para pasar. Ella se detiene, y yo junto a ella. Todos me empujan y no
puedo hacer otra cosa que apoyar mi cuerpo sobre el suyo, y oler su perfume
desde muy cerca, donde nunca hubiera querido. La situación es tan grotesca que
sonrío, me dejo llevar y respiro hondísimo su aroma con reminiscencias a
jazmines. Estamos uno junto al otro y mi brazo se ubicó detrás de ella y,
aunque nadie lo note, ya la rodea. Pasamos la puerta a los empujones y me mira
a los ojos. Muy cerca. El hall es muy pequeño. Somos muchísimos.
- Poné eso que te dije esta mañana –
finalmente me dice- Pero agregale que no por eso me va a decir lo que tengo que
hacer. Chau, nos vemos-, me dice, y vuelve a apretarme el brazo y esta vez me
da un beso en la mejilla, como a tantos otros, y ahora sí, se aleja por el
pasillo, diciendo infinidad de cosas a la gente que la rodea, en dirección al
palco al que subirá luego de atravesar un cordón de gente que la espera y grita
su nombre dispuesta casi a morir por ella si fuera necesario.Imagen: Duna 89,7
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